sábado, 8 de marzo de 2014

Siete libros

El dolor... sujeta la pluma con la que me dispongo a echar sal sobre la herida... acabo de tapiar una colección de libros con la idea de que cada párrafo desaparezca de mi recuerdo, como aquella vez que tiré a la basura a mi ex-pareja en forma de fotos, cartas, regalos y demasiada angustia...
Un año tardé en volver a ponerme delante de su nombre y empezar lo que sería mi decimonovena nueva vida (no recuerdo bien)...
Aquella historia fue el inicio de un destrozo que, a día de hoy, está compuesto de algo que dicen se parece a mí...
Estos libros, siete, que he colocado cuidadosamente en el fondo del armario de la costumbre, han arañado mi espalda, mi pecho, mis piernas, mi cara... dejando cicatrices azuladas de tinta y noches en vela...
Si miro mi pecho, hay una brecha, una en especial, que contiene hojas en blanco esperando a ser escritas con sumo cuidado y dedicación, y que yo trato de calmar con un poco de ginebra cuando escuece más de la cuenta...
Pero cuando vienen a mi mente esos cuerpos desnudos y desnutridos, sombríos y vulnerables que intentan llamar mi atención rajándome donde ya sólo queda carne muerta, buscándome desesperadamente para sobrevivir, les muestro cuidadosamente la caja de madera tapiada con olor a calma para que entiendan que sólo ahí, y en ese instante, viven para morir...
No sé si me entienden... Hace unas horas del reloj de arena que no funciona, ahogué mi deseo al mismo tiempo que me apretaba con fuerza el cuello hasta que perdí el conocimiento... y desperté, otra vez, viendo como dos amantes, no cualquiera, aquellos que saben a manteca rancia de tanto estar pegados, hacían o deseaban hacer el amor apasionadamente sobre mi cuerpo inerte abierto en canal...

sábado, 1 de marzo de 2014

La intrusa

Si, soy yo, así me reconozco... una ladrona de vidas, de estados emocionales, de momentos íntimos, de sexos que gozan per se...
Si tuviera que explicar los motivos de mi estúpido comportamiento, alegaría que estoy buscándome, que preciso de espejos ajenos para reconocerme...
Pero es tan absurdo... ¿acaso alguien puede reemplazar mi sombra perdida por un yo encontrado?
Debo pedir disculpas por saber que no fluyes, que estás fría, mortecina... también por atender a tus pensamientos tormentosos...
No debo, pero aún más, no quiero, no quiero estar ahí, detrás de aquel que no me deja ver más allá  del cuero colgado porque bien me conoce...
Tan sólo me pido tener la suficiente lucidez para diferenciar un burro de un caballo alado, y aún así, tener la sensación de seguir soñando ayeres...