lunes, 8 de abril de 2013

Mi Síndrome de Stendhal...

Expuesta a una sobredosis de belleza y exuberancia artística... 
Me he perdido entre las nubes de ese cuadro de piernas entrelazadas... al mirarlo fijamente el vértigo se ha apoderado de mi... no sabía si iba a morirme en ese momento por mi osadía... 
Mi corazón palpitaba al ritmo del caballo que galopaba enfrente... no era una ensoñación, sino una reacción extraña del organismo a tanto goce visual... 
Trataba de no perder la consciencia intentando imaginar que era el cabecero de madera engalanada de aquella cama donde yacían exhaustos dos cuerpos apenas visibles entre tanta bruma... 
Podía sentir que estaba agotada... no quería cerrar los ojos pues necesitaba grabar cada detalle... cada trazo luminoso... la oscuridad de la propia sombra que emanaba de las sábanas perfectamente arrugadas... 
Mientras tanto mi cuerpo somatizaba la gran emoción romántica que estaba experimentando... los latidos desacompasados daban lugar a diferentes alucinaciones que atrapaban el vacío del momento... 
Ni un sólo instante deseé dejar de sentir ninguno de los síntomas físicos que, con el paso de las horas, amenazaban mi cordura... sólo quería mirar y admirar la belleza que rebosaba de aquel cuadro encantador... 
Así que no se cómo me introduje en él, al fin... tenía una profundidad asombrosa, olor a pintura gastada, el tacto de un tapiz sedoso... la oscuridad daba paso a una intensa luz que me cegaba... deseé encarecidamente convertirme en cualquier objeto que me permitiera fundirme con todo aquello... y el cabecero de la cama volvió y entre vaivenes me hizo suya... 
Desde entonces, vivo postrada en una pared... formo parte de un cuadro expuesto donde cada persona que pasa delante experimenta los mismos síntomas que tuve aquella tarde... sus cuerpos se estremecen convulsivamente, palidecen sus rostros, se llevan la mano al pecho asustados, se sujetan unos a otros al sentir desvanecerse... 
La adrenalina atrapa la sala y engulle el oxígeno que aún puede quedar... 
De pronto, todos yacen en el suelo con los ojos muy abiertos y rebosantes de felicidad cómo si estuvieran viendo un Mesías... el tránsito alucinatorio es sorprendentemente bello... El delirio amoral del viajero romántico (otro nombre de este síndrome) es algo así como abandonarse a la locura a la vera del ser amado...

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