martes, 19 de marzo de 2013

Dichosa muerte...

A veces, la cercanía con la muerte es capaz de echar por tierra todo el esquema mental que tenemos sobre la ambición, el éxito, la soberbia, el dinero, la venganza, el amor... y sobretodo, el poder, el que creemos que tenemos sobre nosotros y los demás... 
Es difícil enfrentarse a ella... a veces no tanto como enfrentarse a la vida, o eso al menos me dijo una vez una persona que agonizaba completamente consciente de lo que le estaba sucediendo... algo así como sé que me estoy yendo y lo necesito porque ya no me quedan fuerzas para vivir y estoy preparado para enfrentar el final de mi vida aquí... algo tan humano como desconocido, algo tan temido como previsible... 
Lo que más me ha sorprendido en mi experiencia, ha sido la serenidad que uno alcanza cuando toma conciencia de que la muerte es el fin de la vida, pero no el final del camino... aún queda atravesar el túnel y ver qué hay detrás, que nos depara ese sendero oscuro o luminoso para algunos... 
Nadie lo sabe a ciencia cierta porque aún nadie ha regresado de la muerte, aquella que es clínicamente establecida y demostrada... si hay relatos de ciertos trances que pueden parecerse a estados de inactividad cerebral consciente, tales como el coma u otros síndromes o enfermedades que cursan con síntomas parecidos... 
Se han escuchado historias sobre luces cegadoras, el famoso túnel  apariciones marianas o de otra índole como "seres" extraños que amablemente te cogen de la mano y te llevan aunque uno intente zafarse... nada científicamente demostrado y fiable, hasta el momento... 
Pero eso poco importa si pensamos desde fuera, es decir, los que estamos al lado del agonizante vigilando sus constantes vitales y sus cambios visibles externos e internos que suceden en la antesala de la muerte... 
Ha habido muchos momentos, duros y desgarradores... también de alivio y serenidad... 
Yo he intentado mil veces agarrar por el cuello ese último aliento tratando de atraparlo y meterlo otra vez dentro del cuerpo ya casi inerte... he gritado y llorado de impotencia porque no he podido conseguirlo. ..mi ego, mi dichoso ego, mi frustración como profesional me ha pesado más que a muchos otros, sobre todo al principio, cuando me he creido un poco Dios, gran error, y no he sido más que una espectadora desesperada de lo inevitable... 
Cuando fui consciente de lo mal que lo estaba haciendo, de lo poco que podía aportar, decidí acompañar a esas personas de una manera tranquila y relajada, con muchísimo cariño y respeto, en esos momentos tan íntimos... descubrí que podía hacer mucho más detrás del biombo que delante, aunque aún ahora no suelo tirar la toalla y continuo la lucha a favor de la vida... 
Toda esa gente, porque los recuerdo uno a uno, desde el bebé prematuro nacido, (pasando por todas las edades, enfermedades, accidentes, muertes naturales, suicidios y otros estados inexplicables) hasta el anciano terminal, me han dado su último aliento y yo un pedazo de mi... hemos intercambiado las almas un instante y después hemos seguido nuestros caminos... 
Para valorar la vida hay que valorar la muerte, porque una es la consecuencia natural de la otra, y no tendríamos existencia sin las dos... No tengo miedo a la muerte, no ahora, si a muchas situaciones de la vida que acojonan más que la señora de negro que nos persigue con la hoz...

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